El diálogo, en cualquiera de sus formas o manifestaciones, es esencial para la convivencia humana.

El progreso de la civilización está ligado a la aparición y el desarrollo de las ciudades, en las que la vida comunitaria se ordena alrededor de instituciones y estructuras extraordinariamente elaboradas. La división del trabajo permite un avance sin igual en la producción de bienes, que por primera vez puede ir más allá de la simple lucha por los alimentos. Se desarrolla así la artesanía, la escritura y una "ciencia" incipiente, pues no todo el mundo tiene que producir ya su propio sustento.
Este innegable proceso, sin embargo, convierte a los ciudadanos en dependientes unos de los otros, pues la ciudad funciona tan solo si cada cual ejerce adecuadamente su papel, y exige un sofisticado sistema de cooperación. Por ello, el hombre pasa a ser político: la organización y el respeto mutuos son, a partir de este momento, lo más urgente y necesario para todos los ciudadanos.

domingo, 4 de marzo de 2012

Comportamiento ecológico.

La conservación del medio empieza por el respeto de los ciudadanos hacia el propio entorno. Los problemas medioambientales adquieren fácilmente grandes dimensiones. La solución de problemas como el debilitamiento de la capa de ozono, la desertización, la contaminación de los acuíferos o la acumulación de residuos radiactivos parece estar fuera del alcance de cualquier ciudadano, y tal vez sea así si lo pensamos en términos de su solución definitiva. Pero, en realidad, es la presión de los ciudadanos, tanto como la necesidad, lo que fuerza a quienes tienen la responsabilidad de administrar los recursos comunes a comprometerse en la solución de dichos problemas a escala mundial.
La sinceridad de la conciencia ecológica, no obstante, debe medirse, más que en palabras, en hechos, en acciones concretas. O, lo que es lo mismo, su valor se expresa en unidades de comportamiento cívico. Los recursos naturales son para el uso colectivo, nunca para la apropiación exclusiva ni para el abuso. Por esta razón, todo ciudadano debe tener incorporadas en su comportamiento una serie de conductas ecológicas básicas:

  • Usar correctamente bienes naturales tan preciados como el agua, aun cuando se disponga de ella en abundancia; la tierra, las plantas y los animales.
  • Procurar la limpieza del entorno, el mantenimiento de las mejores condiciones posibles de salubridad y el ahorro energético.
  • Utilizar con comedimiento los productos químicos y las sustancias nocivas que se vierten por un conducto u otro a la naturaleza, tales como detergentes, insecticidas o plaguicidas.
  • Preferir productos y sustancias biodegradables.
  • Evitar la acumulación incontrolada de detritos y escombros, y proceder a la recogida selectiva de los materiales de desecho y de las basuras para someterlos a operaciones de reciclaje.
Todas estas conductas, y otras similares, son propias del comportamiento ecológico correcto que debe exigirse a todos los ciudadanos. No obstante, no puede olvidarse que las mayores agresiones al medio natural proceden de los países económicamente más desarrollados del planeta, y principalmente de sus clases sociales de mayor nivel socioeconómico; por esta razón, son estos los sectores sociales que deben asumir en primer lugar el compromiso de un comportamiento cívico basado en el respeto medioambiental.
En otros países, y sobre todo en sectores de la sociedad faltos de estructuras sociales o sanitarias suficientes y donde la vida se desarrolla a menudo en condiciones muy precarias, muchas de estas conductas están necesariamente supeditadas al desarrollo previo de las mejoras de la calidad de vida de las personas; una calidad de vida difícil de alcanzar y que debe construirse sobre bases de equidad y de justicia social.
No obstante, las transgresiones contra el deber de respetar los ecosistemas, de no ensuciar ni destruir el propio entorno natural, se deben en muchos casos a la irreflexión. La progresiva deforestación de las grandes selvas; las catástrofes provocadas por las centrales de producción de energía, por los vertederos inadecuados, por la caza y la pesca de especies en peligro de extinción, por las talas indiscriminadas que abren paso a la creciente desertización del planeta, por la grave contaminación de lagos y ríos..., son resultado de una indiferencia que, por sus efectos, debe corregirse mediante una mayor conciencia ecológica y la educación de la conducta cívica y solidaria.
Sería una irresponsabilidad imperdonable dejar que la negligencia, la inconsciencia o la indiferencia de hoy impidieran a las generaciones de mañana conocer la naturaleza tal como nosotros la conocimos y disfrutamos en nuestra juventud. También aquí el civismo puede decir la última palabra de fe en la humanidad y de esperanza en su futuro.
A pesar del esfuerzo de algunas organizaciones humanitarias en ayuda de lo más desfavorecidos, sin apoyos oficiales el problema seguirá excediendo con mucho sus posibilidades.

La defensa de la vida natural.

La era contemporánea ha conocido un gran cambio en la concepción de la ética y el civismo, concretamente en la segunda mitad del siglo XX cuando ha aparecido un terreno hasta ahora ignorado para la conducta moral: el compromiso de respeto hacia la naturaleza. Las nuevas y extraordinarias capacidades industriales de la sociedad humana han demostrado poseer un terrible poder de destrucción sobre los ecosistemas naturales, y existe cada día una conciencia más clara de la necesidad de evitar estos efectos perniciosos del progreso. El ecologismo lleva la iniciativa en este movimiento de defensa de la naturaleza, que, sin embargo, puede entenderse, en el fondo, como una defensa de la humanidad misma. Las generaciones por venir serían los verdaderos perjudicados si la sociedad de hoy día no logra controlar la desmesura destructiva en la explotación de los recursos y el maltrato del medio animal.

Civismo y conciencia ecológica.

Al hombre y a la mujer civilizados no puede ni debe serles indiferente la suerte del entorno en que nos movemos y vivimos. Por eso, mientras la llamada moral tradicional sólo se extendía a los otros, la moral moderna no se concibe sin una ampliación a lo otro, a la naturaleza en toda su extensión y amplitud, que comprende los animales, las plantas y el medio en que vivimos todos: el aire, el mar, los ríos. Se ha señalado modernamente que en esta lucha está implicado el bienestar e incluso la propia supervivencia de las generaciones por venir, una vez se ha tomado conciencia de la irreversibilidad de algunos males y perjuicios que la sociedad moderna causa a la naturaleza.
"Tratado de la casa", ese es el significado literal de la palabra griega ecología, que trata precisamente de  las faenas "caseras", que es preciso llevar a cabo para mantener limpia y habitable la casa que es también nuestro planeta, la "aldea global", como se ha dicho a veces. Las "habitaciones" de esa casa podrían ser, para seguir con la comparación, los diversos ecosistemas, con sus complejos equilibrios entre clima y especies animales y vegetales. Los avances tecnológicos e industriales han traído consigo una terrible capacidad de degradación del medio natural, a través de la polución y la progresiva destrucción de enclaves vírgenes. Pero estos mismos avances en el terreno tecnológico y científico nos permiten evaluar la enorme repercusión ecológica de nuestros actos, un proceso al que no podemos ni debemos permanecer indiferentes.

Civismo y minorías.

No obstante, la discriminación es aún uno de los problemas más graves que se plantea a los pueblos y los Estados de fronteras adentro. Son aún muchos los prejuicios y las discriminaciones que se dan en las sociedades modernas: racismo o xenofobia, marginación de las personas discapacitadas, enfrentamientos sangrientos surgidos de diferencias religiosas, actitudes machistas que desmerecen laboralmente a la mujer y la desprecian... Parece, pues, necesario abrir un proceso de transformación de las conductas cívicas fundamental y profundo, basado en el convencimiento de la igualdad entre todas las personas.
El artículo 2 de la Declaración de los Derechos humanos, proclamada por la ONU en 1948, establece de forma categórica: "Toda persona tiene todos los derechos y libertades proclamados en esta Declaración, sin distinción alguna de raza, color, sexo, idioma, religión, opinión política o de cualquier otra índole, origen nacional o social, posición económica, nacimiento o cualquier otra condición." Es ésta una exigencia de la dignidad fundamental de las personas y de la esencial igualdad de todos, hombres y mujeres. Toda discriminación, cualquiera que sea el motivo en que se apoye, es radicalmente injusta por definición, ya que atenta contra las bases mismas de la convivencia humana.
Muchos desastres ecológicos, causados por negligencia o desidia,  constituyen una buena muestra del poco respeto a la naturaleza que en ocasiones muestra el ser humano.

Civismo y barreras sociales o nacionales.

Aunque el civismo se proyecte en primer lugar hacia los más próximos, señaladamente a los conciudadanos, no por ello debe quedar limitado a este campo tan estrecho. La defensa de la convivencia dentro de la propia comunidad, sea ésta familiar, vecinal o ciudadana, perdería todo su sentido si marcara una frontera en algún lugar, a partir de la cual los otros ya no merecieran respeto. El cuidado de los propios no vale mucho si va acompañado por el desprecio hacia aquellos que consideramos ajenos. El civismo debe ser una actitud que traspase las fronteras, por definición, o dejar de tener auténtico sentido y valor. Verdadero civismo es el que reconoce y acepta los derechos de todas las ciudades y pueblos del mundo, cualesquiera que sean su ubicación geográfica, su lengua, sus tradiciones, su cultura, su religión o su raza.
La necesaria colaboración entre pueblos y naciones se hace cada día más perentoria ante las diferencias abismales de riqueza y nivel de vida que separan los países.
Diferencias de ritmo y desarrollo en el campo científico y tecnológico han permitido a una franja del planeta alcanzar un grado de bienestar muy superior al que se vive en el resto del mundo. Por ello, también la actitud ante la riqueza o ante los bienes de que se disfruta debe fundamentarse en una conducta cívica. Todo cuanto de bueno disfrutamos es debido también a los demás, y todo buen ciudadano debe comprometer su trabajo y sus convicciones en la defensa de los principios de igualdad y justicia para todos.