El diálogo, en cualquiera de sus formas o manifestaciones, es esencial para la convivencia humana.

El progreso de la civilización está ligado a la aparición y el desarrollo de las ciudades, en las que la vida comunitaria se ordena alrededor de instituciones y estructuras extraordinariamente elaboradas. La división del trabajo permite un avance sin igual en la producción de bienes, que por primera vez puede ir más allá de la simple lucha por los alimentos. Se desarrolla así la artesanía, la escritura y una "ciencia" incipiente, pues no todo el mundo tiene que producir ya su propio sustento.
Este innegable proceso, sin embargo, convierte a los ciudadanos en dependientes unos de los otros, pues la ciudad funciona tan solo si cada cual ejerce adecuadamente su papel, y exige un sofisticado sistema de cooperación. Por ello, el hombre pasa a ser político: la organización y el respeto mutuos son, a partir de este momento, lo más urgente y necesario para todos los ciudadanos.

domingo, 4 de marzo de 2012

Civismo y minorías.

No obstante, la discriminación es aún uno de los problemas más graves que se plantea a los pueblos y los Estados de fronteras adentro. Son aún muchos los prejuicios y las discriminaciones que se dan en las sociedades modernas: racismo o xenofobia, marginación de las personas discapacitadas, enfrentamientos sangrientos surgidos de diferencias religiosas, actitudes machistas que desmerecen laboralmente a la mujer y la desprecian... Parece, pues, necesario abrir un proceso de transformación de las conductas cívicas fundamental y profundo, basado en el convencimiento de la igualdad entre todas las personas.
El artículo 2 de la Declaración de los Derechos humanos, proclamada por la ONU en 1948, establece de forma categórica: "Toda persona tiene todos los derechos y libertades proclamados en esta Declaración, sin distinción alguna de raza, color, sexo, idioma, religión, opinión política o de cualquier otra índole, origen nacional o social, posición económica, nacimiento o cualquier otra condición." Es ésta una exigencia de la dignidad fundamental de las personas y de la esencial igualdad de todos, hombres y mujeres. Toda discriminación, cualquiera que sea el motivo en que se apoye, es radicalmente injusta por definición, ya que atenta contra las bases mismas de la convivencia humana.

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