El diálogo, en cualquiera de sus formas o manifestaciones, es esencial para la convivencia humana.

El progreso de la civilización está ligado a la aparición y el desarrollo de las ciudades, en las que la vida comunitaria se ordena alrededor de instituciones y estructuras extraordinariamente elaboradas. La división del trabajo permite un avance sin igual en la producción de bienes, que por primera vez puede ir más allá de la simple lucha por los alimentos. Se desarrolla así la artesanía, la escritura y una "ciencia" incipiente, pues no todo el mundo tiene que producir ya su propio sustento.
Este innegable proceso, sin embargo, convierte a los ciudadanos en dependientes unos de los otros, pues la ciudad funciona tan solo si cada cual ejerce adecuadamente su papel, y exige un sofisticado sistema de cooperación. Por ello, el hombre pasa a ser político: la organización y el respeto mutuos son, a partir de este momento, lo más urgente y necesario para todos los ciudadanos.

lunes, 13 de febrero de 2012

El valor de la palabra

Desde tiempos muy antiguos, la humanidad ha tenido una conciencia clara del enorme potencial de la palabra, capaz de echar las bases fiables de la convivencia humana, aunque capaz también de destruirlas. De ahí la importancia que siempre le reconoció la literatura de los pueblos antiguos. La fuerza de la palabra se concebía a menudo en términos que hoy consideraríamos mágicos: se le atribuía una voluntad propia, independiente del sujeto que hablaba. En el conocimiento mágico primitivo se creía que la palabra podía influir directamente sobre el mundo. En el fondo, la distinción tan clara que hacemos hoy entre lenguaje y mundo no existía, y la distancia que separaba la palabra de la cosa era mínima o inexistente.
De acuerdo con este lugar preeminente que se reservaba al lenguaje, había un código estricto que regulaba su uso: las palabras rituales, siempre las mismas, para las diversas ceremonias, o las declaraciones solemnes en los actos públicos.
Decir la verdad ha sido siempre el fundamento de la convivencia, el sentido mismo de la comunicación. Con un filósofo moderno, Immanuel Kant, podemos decir más incluso: la verdad hay que decirla no por miedo al castigo, o porque puedan descubrirnos, sino por la razón misma. Si hablamos es para comunicar algo, y si lo que decimos es mentira, entonces no comunicamos nada. La mentira despoja de todo sentido al lenguaje y la comunicación.

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