El diálogo, en cualquiera de sus formas o manifestaciones, es esencial para la convivencia humana.

El progreso de la civilización está ligado a la aparición y el desarrollo de las ciudades, en las que la vida comunitaria se ordena alrededor de instituciones y estructuras extraordinariamente elaboradas. La división del trabajo permite un avance sin igual en la producción de bienes, que por primera vez puede ir más allá de la simple lucha por los alimentos. Se desarrolla así la artesanía, la escritura y una "ciencia" incipiente, pues no todo el mundo tiene que producir ya su propio sustento.
Este innegable proceso, sin embargo, convierte a los ciudadanos en dependientes unos de los otros, pues la ciudad funciona tan solo si cada cual ejerce adecuadamente su papel, y exige un sofisticado sistema de cooperación. Por ello, el hombre pasa a ser político: la organización y el respeto mutuos son, a partir de este momento, lo más urgente y necesario para todos los ciudadanos.

viernes, 17 de febrero de 2012

Las buenas maneras

El civismo se exterioriza a través de las relaciones con los demás, siendo ante todo personas educadas. Existe desde siempre un conjunto de normas muy detalladas sobre cómo debe uno comportarse en un acto social, que van desde el saludo y cómo darlo, hasta el lado del plato donde deben ir los cubiertos. Algunas de estas normas son sencillamente arbitrarias, como lo demuestra el hecho de que cambian entre las distintas culturas y con el paso del tiempo, pero lo que sí es cierto es que existen en todas las sociedades, y ello es así porque sin esas normas la convivencia se hace extraordinariamente difícil.
La buena educación, la urbanidad, permite un comportamiento respetuoso en todos nuestros actos sociales:

  • Ser deferentes con los demás, amables, aprender a emplear unos modales correctos durante el acto social de la comida, ya sea en nuestro propio hogar o en sitios públicos. 
  • El saludo es también un medio de comunicación con los demás, y debemos darle importancia, dar la mano, saber hablar con los demás, y, lo que quizás sea más importante, saber escuchar. 
  • Ceder el asiento a personas de edad, o a las mujeres embarazadas y las personas disminuidas, no gritar en los lugares públicos, tener cuidado en el aseo personal, son otros tantos modos de hacer fácil y agradable la vida de los demás.
  • Limitar el uso de la voz y del ruido en los espectáculos y locales públicos, sobre todo en aquellos que exigen atención, como el cine o el teatro (aunque se produzcan al aire libre), o concentración por parte de los participantes, como algunas pruebas atléticas o deportes como el tenis, por ejemplo.
A veces, es fácil caer en la confusión de creer que las buenas maneras son propias tan sólo de situaciones de un cierto formalismo: en las visitas, ante extraños, en la consulta del médico, ante personas de mayor edad o en el trato con los superiores. Nada más lejos de la realidad; las buenas maneras facilitan el trato de la relación incluso en momentos informales, con el grupo de amistad o entre compañeros y compañeras, en las actividades de ocio, en el deporte o en el juego. En estas situaciones, son conductas reprobables desde el punto de vista del civismo todas aquellas que provocan molestias a los demás, que hacen que alguien se sienta mal en el grupo  o que se vea marginado de la actividad que se está realizando.

  • Las conductas de superioridad, los comportamientos que provocan inseguridad en los demás, o que les ponen en ridículo ante el grupo, o que impiden el normal desarrollo de las actividades. 
  • La broma desmedida, el mal humor incontrolado, los silencios prolongados sin causa aparente, la demanda constante de atención, las bromas fuera de lugar, las trampas en el juego, etcétera. 

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