El diálogo, en cualquiera de sus formas o manifestaciones, es esencial para la convivencia humana.

El progreso de la civilización está ligado a la aparición y el desarrollo de las ciudades, en las que la vida comunitaria se ordena alrededor de instituciones y estructuras extraordinariamente elaboradas. La división del trabajo permite un avance sin igual en la producción de bienes, que por primera vez puede ir más allá de la simple lucha por los alimentos. Se desarrolla así la artesanía, la escritura y una "ciencia" incipiente, pues no todo el mundo tiene que producir ya su propio sustento.
Este innegable proceso, sin embargo, convierte a los ciudadanos en dependientes unos de los otros, pues la ciudad funciona tan solo si cada cual ejerce adecuadamente su papel, y exige un sofisticado sistema de cooperación. Por ello, el hombre pasa a ser político: la organización y el respeto mutuos son, a partir de este momento, lo más urgente y necesario para todos los ciudadanos.

sábado, 3 de marzo de 2012

Los valores familiares.

La familia ha sido siempre, ya desde la Antigüedad, una institución central en la sociedad, y el cauce principal para la educación y socialización de las nuevas generaciones.
Pero a veces se hace difícil para los padres conjugar, por un lado, el respeto por las opiniones del hijo, y, por otro, la necesidad de educarle. La incomprensión y la falta de diálogo reducen a menudo las relaciones generacionales a un enfrentamiento inútil y absurdo, en el que ambas partes se niegan a escuchar. La solución pasa inevitablemente por una postura más abierta y comprensiva, por una educación basada en fomentar la iniciativa y la responsabilidad en el hijo. Sobre todo, la postura de los padres como educadores debe ser flexible, y progresar a la vez que el hijo crece hacia un reconocimiento cada vez mayor de su esfera de libertad y responsabilidad, sin renunciar por ello a la ayuda y al consejo desinteresados de sus mayores.
En los modelos tradicionales o menos evolucionados de la familia, los hijos han ocupado un espacio subsidiario, dependiente. Hoy la evolución social y el desarrollo de la psicología y de las nuevas corrientes pedagógicas, así como el reconocimiento de la igualdad de derechos para la mujer, han llevado la familia hacia una definición menos patriarcal y, por tanto, menos centrada en la autoridad de uno sobre los otros. La familia es hoy núcleo de convivencia y de comunicación interpersonal, y cada una de las personas que integran el núcleo familiar debe disponer de su propio espacio, en el que es protagonista frente a los otros. La familia adquiere así una nueva dimensión como entorno personalizador y socializador, potenciando la dimensión personal y los valores individuales, a la vez que la sociabilidad y la asimilación de los valores colectivos.
El primer motor de esta nueva dimensión del entorno familiar es la comunicación interpersonal, la manifestación de opiniones, la comunicación de experiencias y vivencias y el hecho de compartir. Los padres, que antes enseñaban a los hijos a callar ante los mayores y a mantenerse ajenos a sus problemas y preocupaciones, ahora deben enseñarles a hablar ante ellos, a comunicarse con ellos, a compartir todas aquellas circunstancias de la vida familiar que les afectan y pueden comprender.
Otro de los motores de la convivencia familiar es la corresponsabilidad en el compartir. Es decir, todos los miembros de la comunidad familiar deben contribuir responsablemente a su sostenimiento y estabilidad.Cada uno de ellos debe saber en qué consiste su aportación al interés común, y cuál es su responsabilidad en el disfrute de los bienes compartidos: la vivienda, el alimento, el vestuario, la formación y la cultura. Y de igual modo debe saber en qué consiste su aportación.
La familia es, por tanto, un entorno social, en el que se comparten compromisos y obligaciones y en el que la calidad de vida está en función de las aportaciones de personas distintas. Por ello, también en la familia es necesaria una conducta cívica, respetuosa.

  • Adecuar a las necesidades familiares, en la medida de lo posible, el ritmo de la actividad personal (en los horarios, en el uso de las instalaciones, etc.), de modo que la propia actividad no sea un obstáculo para el desarrollo de las actividades de los demás miembros de la familia.
  • Imponerse el compromiso de respetar momentos y espacios de encuentro que favorezcan el diálogo y la comunicación.
  • Saber manifestar afecto, mediante una conversación agradable y cordial, incluso en la discusión y la crítica; y aceptar con agrado las muestras de afecto de los demás.
  • Respetar la intimidad de los otros, incluso su silencio.
  • Comunicarse con los otros, fundamentando la relación sobre la verdad y la sinceridad, rehuyendo el fingimiento o el engaño. Para ello es necesario, naturalmente, que se dé un clima de aceptación y de respeto de unos para con otros.
  • Cumplir responsablemente las propias obligaciones, y participar en las tareas familiares, no como quien presta una ayuda a los demás, sino como necesaria aportación al sostenimiento de lo común. Hay que señalar aquí que participar en los trabajos domésticos no es, como algunos creen aún, aliviar a la mujer ayudándola en las tareas del hogar; los trabajos necesarios en el hogar no son tareas femeninas, sino de todos los miembros de la unidad familiar, y nadie puede excusar su participación.
  • Entender que el disfrute de cualquier bien, tanto material como de formación o incluso lúdico, significa compartir el beneficio de lo que es común, y que, por tanto, se debe corresponder haciendo un uso responsable de dicho beneficio.

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